24 Enero, 2024

Poniendo por escrito el español chileno: cómo se escribe esta hueá

No es fácil, no. Nunca es fácil escribir la lengua coloquial y popular de la manera apropiada (y no solo en Chile). Requiere de cierta ciencia y técnica, conocimiento de las sutilezas de la norma ortográfica y, sobre todo, familiaridad con la variedad del español de la que se trate.

He decidido compilar aquí algunos consejos útiles para escribir en buen chilensis, considerando los fenómenos lingüísticos más habituales del español chileno y recomendándote las grafías que, en mi opinión, son las más adecuadas. Hay que mencionar, y con orgullo, que mucho de lo que aquí se ofrecerá es fruto de nuestro trabajo en el maravilloso proyecto para la publicación del Teatro reunido de Juan Radrigán. Al calor de las obras radriganeanas aprendimos mucho y disfrutamos aún más.

En esta entrada, voy a hablar de algunas consideraciones preliminares que vale la pena tener en cuenta a la hora de trabajar con este tipo de textos. No pretendo ofrecer una exposición exhaustiva ni mucho menos un manual de estilo; se trata, simplemente, de ventilar algunas ideas que me parecen útiles. En próximas entradas profundizaré en aspectos más concretos en los clásicos tres niveles de análisis lingüístico: fonético, morfosintáctico y léxico.

La variabilidad del habla

El punto de partida aquí es aceptar una verdad incuestionable: la lengua hablada es por definición variable y con mayor razón lo son las llamadas “hablas populares” o “subestándar” [1]. Por tanto, no es posible, en mi opinión, pretender que su expresión por escrito se exima de esta variabilidad. Con ello quiero decir que no en todo momento y lugar los hablantes realizan el pronombre de voseo vos como voh, con [s] aspirada, y que, por tanto, perfectamente ambas grafías pueden convivir en un mismo texto… o en una misma oración. Uniformar con machete esta variabilidad consustancial a las hablas populares en general actúa en detrimento de los textos y atenta contra la riqueza de la lengua oral y coloquial que justamente se busca expresar.

No obstante, en gran parte de los casos esta variabilidad no es arbitraria. Detectar los patrones requiere cierto entrenamiento en lingüística. Pongamos por caso las expresiones mi acuerdo, t’echaron, tiatro. Aunque a primera vista disímiles, lo que subyace a todas ellas es la disolución del hiato, una tendencia antiquísima, ya presente en los orígenes mismos del español. Entender que es este el fenómeno que está operando explica por qué, por ejemplo, mientras tenemos mi acuerdo, no es tan frecuente (¿o no ocurre en absoluto?) mi dijiste. El cambio de me a mi no se produce siempre y en todo contexto; lo que sucede es que, simplemente, en este segundo enunciado no hay hiato para disolver.

Identificar las tendencias propias de la variedad del español en cuestión –en este caso, la chilena– es un punto de apoyo imprescindible para abordar el trabajo con este tipo de textos. Aquí suelen ser de suma utilidad las elaboraciones de los lingüistas, como por ejemplo La lengua castellana en Chile, de Rodolfo Oroz, una descripción bastante exhaustiva, aunque parcialmente obsoleta, del español chileno [2].

Nos faltan letras o la ausencia de correspondencia entre fonemas y grafemas

Una segunda verdad frente a la cual es del todo inconducente rebelarse está relacionada con que no existe una correspondencia directa entre los sonidos del habla y el medio que tenemos para representarlos: el alfabeto latino, versión española (o sea, con <ñ>). Por ejemplo, las [s] aspiradas del español chileno (y de muchas otras variedades del español) no encuentran fácil representación en nuestro alfabeto y, por lo demás, el “matiz” de aspiración puede ser más o menos marcado en la cadena hablada. De allí alternancias como po, poh, pos, del todo necesarias para expresar dicha variabilidad.

Otros dos buenos ejemplos aquí son la vacilación entre hueón/güeón y fue/jue. En el primer caso, el reforzamiento de la vocal no llega hasta la <g>, pero sin dudas trasciende la pura <h>. En el segundo, ni <f> ni <j> pueden representar propiamente el sonido en cuestión. Si escribir jue tiene la ventaja de poner claramente de manifiesto que existe una articulación diferente, una grafía siempre con <j> puede acabar generando problemas en voces como juego (¿fuego o juego?).

Las tradiciones ortográficas de la literatura “popular” o “criollista”

Un aspecto a considerar está relacionado con las convenciones de la literatura que acoge voces populares. Es decir, en el corpus literario conformado por las obras que han incorporado las hablas subestándar a los textos puede existir el “hábito” de representar determinados fenómenos del habla de cierta manera. Ahora bien, en mi opinión este conjunto ofrece más bien información contextual, antes que una guía precisa sobre cómo proceder. Por varias razones. En primer lugar, la heterogeneidad ortográfica de estos corpus no es fácil de organizar y aprehender; luego generalmente no suele formar parte de las preocupaciones centrales de los autores la búsqueda de las grafías más adecuadas y el uso sistemático de estas. Finalmente, muchas obras pecan de lo que se denomina hiperdialectalización; esto es, atribuyen rasgos a las hablas populares de manera forzada. Todo ello, en suma, resulta en un corpus que vale la pena consultar para estudiar las diferentes resoluciones que se han ofrecido frente a problemas de representación ortográfica, pero no hay en él fórmulas que deban imitarse a ciegas. Revisar al menos obras significativas de esta tradición, ojalá en ediciones cuidadas, es un buen ejercicio para detectar problemas, ponderar soluciones y, sobre todo, criticar las adoptadas en el pasado.

La norma

Haré breve mención aquí a la necesidad de documentarse en las obras normativas (o sea, de la RAE), como la Ortografía de 2010, sobre aquellos aspectos relevantes para poner por escrito este tipo de textos. No necesariamente hay que obedecer acríticamente las recomendaciones de esta institución, pero en ciertos casos (y más a menudo de lo uno está dispuesto a reconocer) ofrece soluciones adecuadas, como por ejemplo en lo relativo al uso del apóstrofo para representar fenómenos de aféresis o paragoge.

Los fines del texto

Finalmente, y solo tras haber considerado todo lo anterior, es hora de tener en cuenta los fines del texto. Con esto me refiero a la simple realidad de que el texto está destinado para ser leído y, por tanto, una representación ortográfica lo más diáfana y prolija posible de los rasgos que se pretenden expresar contribuirá a una lectura fluida de la obra. Frecuentemente, los textos hiperdialectalizados o aquellos en los cuales no se han normalizado las grafías que representan fenómenos idénticos se convierten en piezas bastante difíciles de leer. De igual modo, a veces vale la pena “sacrificar” algún rasgo sociodialectal en la escritura con el fin de evitar saturar el texto, aunque esto viene a ser más bien una decisión del autor, y no tanto del corrector.

En las siguientes entradas del blog de Lapsus Calami, voy a considerar algunos fenómenos frecuentes de la variante chilena del español y a ofrecer algunos recursos para escribirlos de manera apropiada.

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[1] Aunque la categoría “subestándar” parece albergar un matiz peyorativo, y posiblemente lo haya tenido en su origen, en la lingüística actual es meramente una etiqueta técnica para describir un sociolecto. Ocurre lo mismo con otras expresiones que han perdido todo matiz valórico para simplemente describir hechos del habla; v. g., “variedad de prestigio”.

[2] En mi opinión, hay que considerar la obra de Oroz en su valor como descripción; las explicaciones de los fenómenos lingüísticos que ofrece son otro cuento. Por otra parte, si bien no se sitúa en el contexto chileno, la obra Metalengua y variación lingüística en la novela de la restauración decimonónica, de Rafael Rodríguez Marín, ofrece una excelente perspectiva general para establecer un puente entre lingüística y literatura españolas.